¿Qué es la disociación?
La disociación es un mecanismo de defensa del cerebro. Se activa cuando una persona vive una experiencia emocional tan intensa o dolorosa que su mente necesita desconectarse, al menos parcialmente, para poder soportarla. Es como si el cerebro dijera: “esto es demasiado para mí ahora mismo, voy a apartarlo para protegerte”.
Esta desconexión puede afectar a la conciencia, la memoria, la identidad, la percepción del entorno e incluso al sentido del tiempo. En otras palabras, una persona disociada puede sentir que está viendo su vida como si fuera una película, puede perder partes de una conversación, olvidar eventos importantes o sentir que su cuerpo no le pertenece.
Disociación como espectro
La disociación no es “todo o nada”. No es algo que ocurre solo en trastornos graves. Existe en un espectro: desde formas leves, comunes y cotidianas, hasta manifestaciones más intensas y desadaptativas.
Formas leves y cotidianas:
- Ir manejando y “desconectarse” al punto de no recordar parte del trayecto (lo que se conoce como piloto automático).
- Leer una página de un libro y, al terminar, no recordar nada de lo que se leyó.
- Soñar despierto en medio de una conversación aburrida o repetitiva.
Estas situaciones son normales. No representan un problema si son puntuales. De hecho, todos disociamos en cierta medida a lo largo del día.
Formas más severas:
- Episodios de amnesia disociativa (olvidar eventos dolorosos o incluso periodos enteros de la vida).
- Sentirse fuera del cuerpo (despersonalización).
- Sentir que el mundo es irreal o borroso (desrealización).
- Divisiones internas en la identidad (como en el trastorno de identidad disociativo, antes llamado trastorno de personalidad múltiple).
Cuanto más intensa y frecuente es la disociación, más probable es que esté relacionada con experiencias traumáticas.

Disociación y funcionamiento diario
Una persona que experimenta disociación de forma habitual puede tener dificultades para concentrarse, retener información relevante o mantener vínculos emocionales duraderos con los demás. En los casos más graves, esta desconexión afecta el trabajo, la vida social y el bienestar emocional de forma significativa.
Muchas veces, la disociación no se nota desde fuera. A diferencia de una crisis de ansiedad o una depresión visible, una persona puede estar aparentemente “normal”, pero por dentro estar desconectada de sí misma, sin poder explicar qué le pasa.
Por esta razón, es importante darle nombre a lo que ocurre. Reconocer que se está disociando es el primer paso para comprender el origen del malestar y poder buscar ayuda.
Causas, relación con el trauma y abordaje desde la psicoterapia
La disociación no ocurre porque sí. Está directamente relacionada con experiencias que desbordan la capacidad de la persona para procesar lo que está viviendo. En muchos casos, las raíces están en el trauma psicológico, especialmente si este ocurre durante la infancia.
Cuando un niño o una niña no puede escapar de una situación dolorosa —como abuso, negligencia, violencia doméstica o incluso invalidación emocional constante—, la mente encuentra una forma de protegerse: desconectarse. Es una forma de sobrevivir sin colapsar.
Con el tiempo, si este patrón se repite o se vuelve crónico, la disociación puede instalarse como una respuesta automática ante cualquier situación que genere angustia. Incluso en la vida adulta, puede aparecer ante conflictos que activan ese dolor del pasado.
Disociación y trauma: una relación estrecha
Los trastornos disociativos, como el trastorno de despersonalización-desrealización, la amnesia disociativa o el trastorno de identidad disociativo, se vinculan de manera muy fuerte con trauma complejo. Este tipo de trauma no se produce por un solo evento puntual, sino por una acumulación de situaciones dolorosas y sostenidas en el tiempo.
La disociación también puede aparecer en otros trastornos psicológicos, como:
- Trastorno de estrés postraumático (TEPT)
- Trastorno límite de la personalidad
- Trastornos de ansiedad
- Depresión
En todos estos casos, el componente disociativo muchas veces pasa desapercibido si no se explora de forma específica. A veces, incluso en terapia, una persona puede hablar de sus emociones con una desconexión emocional total, sin ser consciente de que está disociando mientras lo hace.

¿Cómo se trabaja la disociación en psicoterapia?
La buena noticia es que la disociación se puede tratar. Pero es importante entender que no se trata de forzar a la persona a “recordar” o a “conectarse” de golpe, sino de trabajar en un entorno seguro que permita ir integrando, poco a poco, las experiencias disociadas.
Los enfoques terapéuticos más utilizados incluyen:
- Terapia basada en el trauma: especialmente aquellas centradas en estabilizar primero al paciente antes de abordar el contenido traumático.
- Terapia sensoriomotriz y EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimiento Ocular): ayudan a procesar el trauma no solo desde lo verbal, sino también desde lo corporal.
- Terapias de tercera generación, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) o la Terapia Dialéctico-Conductual (DBT): trabajan la conciencia plena, el contacto con el presente y la regulación emocional.
También es clave el trabajo psicoeducativo, para que la persona entienda lo que le ocurre y deje de sentirse “loca” o defectuosa. Comprender que la disociación fue una estrategia de supervivencia, y no una señal de debilidad, cambia completamente la forma en que alguien se relaciona con su historia.
Conclusión: una puerta hacia la integración
La disociación no es el enemigo. Fue, y muchas veces sigue siendo, una forma de protegerse frente al dolor. Sin embargo, cuando interfiere con la vida actual, es una señal de que hay heridas internas que necesitan ser miradas y acompañadas.
La psicoterapia no busca forzar la conexión, sino ayudar a que esta surja de forma segura y progresiva. Porque solo cuando podemos estar presentes en nuestra propia historia, comenzamos realmente a sanar.
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soy Teresa Calvo
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